José Carlos Botto Cayo
En la historia musical del Perú, Chabuca Granda ocupa un lugar de respeto que va más allá del tiempo y de los géneros. Su obra transformó el vals criollo en una forma de expresión poética y contemporánea. Nacida en 1920, en el distrito de Cotabambas, vivió entre los contrastes de una Lima que comenzaba a modernizarse y perder su serenidad tradicional. Desde joven mostró una sensibilidad poco común: observaba las calles, los balcones, los rostros, y en ellos encontraba la materia de su canto. En su voz, el país descubrió una manera distinta de escucharse a sí mismo.
Su inspiración más famosa fue Victoria Angulo Castillo, una mujer afroperuana que visitaba con frecuencia la Botica Francesa del Jirón de la Unión, donde Chabuca trabajaba en su juventud. Aquel encuentro cotidiano daría origen a La flor de la canela, escrita en 1950 y estrenada durante el cumpleaños 59 de Angulo. El tema, concebido como un gesto de gratitud, se convirtió en símbolo de elegancia y ternura. La expresión “flor de la canela”, usada en el castellano desde el siglo XVII para aludir a la excelencia, cobró en su pluma un nuevo sentido: el de la belleza del alma que no se marchita con los años.
La obra de Granda fue también una declaración de independencia artística. En una época en la que la mujer tenía un papel limitado en el ámbito público, se impuso por su talento y por su visión de la cultura. Incorporó en sus canciones la vida de los barrios, la presencia afroperuana, el ritmo andino y el sentimiento urbano, logrando una síntesis donde el Perú se reconoció diverso y moderno. Su asociación con Óscar Avilés, “la primera guitarra del Perú”, y su voz inconfundible dieron al repertorio nacional un prestigio internacional que aún perdura.
Hoy, su legado continúa iluminando la identidad peruana. Las nuevas generaciones la descubren no solo como autora de un himno sentimental, sino como una creadora que supo unir la tradición con la búsqueda de autenticidad. En cada verso suyo hay una mirada profunda sobre el país, y en cada nota, la certeza de que el arte puede ser un acto de gratitud hacia la vida.



