La tempestad del huracán
seduce los espacios,
convirtiendo el agua en deseo,
sensación destructiva de placer.
Las fuerzas de la naturaleza se unen:
piel y aroma,
juntos en remolinos de caricias
que conducen al fuego eterno.
La tempestad
envuelve los cuerpos sudados,
revolcándolos en la nube de seda,
cubriéndolos con láminas de plata.
Los cuerpos en remolino
transforman el ambiente;
sonidos de la naturaleza invaden
espacios casi luminosos.
La tempestad del huracán
envuelve a los mortales
en rituales corpóreos,
dejando sudor a su paso.