Fernando Belaúnde Terry: doctrina viva y mestiza del Perú profundo
Fernando Belaúnde Terry: doctrina viva y mestiza del Perú profundo
José Carlos Botto Cayo
Fernando Belaúnde Terry no solo fue dos veces presidente del Perú ni solamente el fundador de Acción Popular. Su figura representa una de las expresiones más auténticas del intento por dotar a la política peruana de un pensamiento propio, nacido desde las entrañas de la realidad nacional. Arquitecto, maestro y político de vocación popular, propuso una doctrina mestiza, dinámica, integradora y profundamente humana, que aún hoy sigue marcando la identidad del acciopopulismo.
A diferencia de otros líderes latinoamericanos del siglo XX, Belaúnde no construyó su ideario copiando doctrinas extranjeras ni imponiendo esquemas rígidos. Creía firmemente que el Perú debía pensarse a sí mismo, que su historia milenaria, sus pueblos y su geografía podían dar origen a una doctrina propia. Así nació su propuesta más emblemática: El Perú como Doctrina, un concepto que marcó no solo el nacimiento de Acción Popular, sino también su ruta ética, filosófica y política.
El Perú como Doctrina: identidad, mestizaje y método
Lo primero que sorprende en el pensamiento de Belaúnde es su vocación por entender el Perú como una fuente de ideas, no como un territorio al que se deben aplicar ideas ajenas. Frente al marxismo internacionalista y al liberalismo ortodoxo, él propuso una vía mestiza, nacional, fundamentada en lo que denominó “una doctrina inductiva”. Es decir, una ideología nacida del contacto directo con el pueblo, de sus costumbres, su historia y su geografía. Esta es la base de El Perú como Doctrina, formulación que sintetiza toda una cosmovisión nacionalista y profundamente ética.
La doctrina belaundista reconoce cinco pilares esenciales: el vínculo con la tierra, la planificación colectiva (inspirada en la organización incaica), la cooperación comunal (como la minka o el ayni), la justicia social sin odio de clases, y el mestizaje como virtud integradora. Lejos de reivindicar solo lo indígena o solo lo moderno, Belaúnde abrazó la mezcla como una riqueza que podía proyectar al país hacia una modernidad con identidad. Desde esta lógica, su propuesta era también una crítica a las dicotomías ideológicas impuestas desde fuera.
El Perú como Doctrina no pretendía ser un libro cerrado ni un manifiesto único. Por el contrario, era un método vivo que exigía observar al país, escucharlo y responder a sus desafíos desde la acción. Era, en palabras del propio Belaúnde, “una doctrina que se renueva al andar”, porque el Perú mismo es diverso, múltiple, contradictorio y lleno de posibilidades.
Acción Popular: movimiento y partido con alma nacional
Acción Popular nació en 1956 como resultado de esta visión doctrinaria. No fue solo un partido político en el sentido tradicional, sino un movimiento que buscaba construir una nueva forma de hacer política en el Perú. Su lema “¡El Perú como Doctrina!” reflejaba un deseo de romper con las prácticas clientelistas y burocráticas de la política limeña. Belaúnde concibió Acción Popular como un instrumento al servicio del pueblo, no como una maquinaria electoral.
Desde sus primeras campañas, se destacó por prácticas inéditas: el uso del lenguaje sencillo, el contacto directo con las comunidades, la Operación Último Rincón —una travesía por todas las provincias—, y la centralidad del símbolo de la lampa, que representaba el trabajo, la acción y la participación. Acción Popular propuso que el Estado debía dejar de ser un patrón para convertirse en un promotor del desarrollo. Así, en lugar del paternalismo, proponía el impulso a la iniciativa local.
El programa Pueblo por Pueblo, una de sus banderas, proponía no gobernar desde la distancia sino caminando con la gente, reconociendo sus demandas, sus ritmos y su lenguaje. Fue así como el movimiento se convirtió en una fuerza política que arrastró multitudes y que terminó conduciendo al gobierno a Belaúnde en 1963. Pero, más allá del poder, su propósito era claro: democratizar la política desde el contenido y desde las formas.
Humanismo situacional: ética y revolución sin violencia
Uno de los conceptos más profundos del pensamiento de Belaúnde es el de humanismo situacional. Para él, toda política debía tener como centro a la persona, pero no a un sujeto abstracto, sino al peruano concreto, con sus necesidades y sus sueños. Rechazaba tanto la idea del Estado como explotador como la visión del Estado como benefactor absoluto. En su lugar, proponía una ética del equilibrio: libertad con justicia, desarrollo con identidad, técnica con sensibilidad.
Bajo esta idea, Belaúnde consideró que el Perú necesitaba una revolución, pero no armada ni dogmática. Su revolución era legal, pacífica y democrática. Se trataba de liberar las energías del pueblo mediante la educación, la obra pública, la descentralización y la participación ciudadana. En vez de ideólogos de escritorio, promovía ingenieros, maestros, arquitectos y líderes comunales que pudieran transformar el país desde el trabajo concreto.
Esta ética se reflejó también en su actitud ante la adversidad. Tras el golpe de Estado que lo derrocó en 1968, Belaúnde no optó por la conspiración ni el resentimiento. Se exilió, escribió, reflexionó y esperó el momento para volver por la vía democrática. En 1980 fue reelegido como presidente en medio de una transición compleja, confirmando su convicción de que el poder se conquista desde el respeto y no desde la imposición.
Legado práctico: obras, descentralización y educación
Durante sus dos gobiernos, Belaúnde intentó llevar a la práctica los ideales de su doctrina. Apostó por la integración vial con obras como la Carretera Marginal de la Selva, promovió el acceso a la vivienda popular con planes habitacionales, impulsó la construcción de escuelas y hospitales en zonas postergadas, y descentralizó recursos hacia las regiones. Todo esto con un enfoque de cooperación popular: el Estado aportaba materiales y técnicos; el pueblo, su trabajo.
Restituyó las elecciones municipales, reorganizó los gobiernos locales y promovió un modelo de desarrollo regional. Su gestión también intentó defender la Amazonía y las comunidades nativas como parte de un proyecto nacional inclusivo. Sin embargo, las tensiones políticas, la oposición en el Congreso y la falta de estabilidad institucional limitaron muchas de sus iniciativas. Aun así, su obra física y moral quedó sembrada en miles de pueblos donde por primera vez llegó el Estado.
En el campo educativo, su visión fue clara: sin educación no hay ciudadanía. Promovió la expansión de escuelas rurales, la formación técnica y el acceso a la universidad como herramienta de movilidad social. Para Belaúnde, el conocimiento no debía estar separado de la realidad: se aprendía también en la acción, en la cooperación y en el encuentro con el otro.
Una ideología mestiza y abierta al futuro
Lo que distingue al pensamiento belaundista no es solo su enfoque en el Perú profundo, sino su capacidad de integrar sin excluir. Frente al racismo y al clasismo, propuso una patria mestiza; frente al centralismo limeño, propuso una descentralización vivencial; frente al tecnocratismo, propuso una política con rostro humano. Belaúnde no predicaba el conflicto de clases sino la fraternidad de los peruanos. Su ética no era solo una postura filosófica: era una forma de hacer gobierno.
Su propuesta sigue siendo hoy una interpelación a la política moderna. En tiempos de populismo sin ideas o tecnocracia sin alma, el legado de Belaúnde recuerda que gobernar también es una tarea espiritual. No basta con administrar, hay que imaginar. No basta con ofrecer, hay que inspirar. No basta con ocupar el poder, hay que merecerlo desde la conducta.
Acción Popular, en sus momentos más lúcidos, ha representado esta tradición: un partido que nace del pueblo, que dialoga con las regiones y que busca la armonía entre pasado y futuro. Aunque ha atravesado etapas de crisis y fragmentación, su esencia doctrinaria sigue viva en quienes creen que el Perú debe construirse desde sus propias raíces, sin renunciar a la modernidad.
Reflexión final: el mensaje permanece
Fernando Belaúnde Terry dejó más que discursos y obras. Dejó una forma de mirar el país: con respeto, con esperanza y con compromiso. Su doctrina no pretende ser infalible, pero sí profundamente peruana. Es una invitación constante a entender el poder como servicio, la política como construcción colectiva y la identidad como punto de partida.
En tiempos en los que el pragmatismo domina la escena pública, recordar el pensamiento belaundista es también un acto de resistencia. Es volver a creer que la política puede tener alma, que el Perú puede pensarse a sí mismo, y que los valores no son estorbos sino motores del verdadero progreso.
La doctrina de Belaúnde no está encerrada en un texto ni en una consigna. Vive en la gente que actúa con decencia, que camina con su pueblo, que trabaja con dignidad. Vive en cada rincón del país donde alguien dice: el Perú es una causa que vale la pena construir.