Una línea sigue a otra línea,
así dicen las personas que riman los versos
bajo la sombra de esfinges en forma de libros,
queriendo recordar una ley suprema de vida.
Una estrofa, dice el profeta,
contiene las metáforas de una vida de asombro
nacida en lo más remoto de un callejón
de sentencias literarias que conducen a un sueño.
Recuerdos de viejos epítetos nos transforman
jugando ajedrez con las letras
en una partida de silencios
buscando despertar a la razón.
El poeta del pueblo
mira con curiosidad esta situación,
escuchando sin escuchar a los magos del verbo
cayendo rendidos ante la duda de una canción.
¿Qué poesía me mira al amanecer
cuando los ilustrados escriben
la dulce miel del alma
que los lectores devoran en el tiempo?
Ser sin ser es una verdad
escrita desde los anales de la poesía,
bajo siete llaves de silencio sonoro,
con la tinta de una musa de rojo cabello.
La verdad escondida en la belleza
es agenda a los buscadores de secretos.
Porque lo que el alma dicta
es solo la sentencia de una vida sin permiso.